ECOFEMINISMO Y LA TEORÍA DE CUIDADOS

Ecofeminismo y la teoría de los cuidados

Paula Adriana Martínez Bernal y Camila Lucía Rossi Griro

El ecofeminismo es una redefinición de una realidad, de quiénes somos cómo humanos a partir del análisis de cómo nos determinan los roles de género y cuáles deben ser nuestras relaciones con la naturaleza en este siglo de cambio climático y crisis ecológica.

Alicia Puleo

El ecofeminismo cómo entendimiento de la mujer dentro de la naturaleza

Nos han desarraigado de la tierra. En el ejercicio a veces muy práctico de la introspección, hemos entendido que como especie somos ajenos al cosmos de la naturaleza. La hemos cosificado y en las últimas décadas ha sido convertida despiadadamente en un medio y recurso, perdiendo cualquier resquicio de racionalidad. En la senda de la catástrofe estamos dirigidos como autómatas hacia una mirada cada vez menos solidaria; más cruel con las formas de vida y menos atenta a las necesidades propias y ajenas. La percepción de la naturaleza como un todo unitario es tan solo un espejismo; en su complejidad residen las identidades de cientos de pueblos y ahora más que nunca debemos entenderla como algo circunstancial al ser humano, al progreso y a la evolución. A esta tarea lleva años dedicándose una corriente ética llamada ecofeminismo y durante el desarrollo de este artículo entenderemos el por qué de su extrema urgencia.

La primera mujer que plasmó sobre papel el término ecoféminisme fue una parisina nacida en el año 20. Este primer escrito titulado Le Féminisme ou la mort (El Feminismo o la muerte) fue publicado en los años 70 y el nombre de su autora es Françoise d’Eaubonne. Esta fue, sin lugar a dudas; una pionera en vislumbrar la relación existente entre la opresión de la naturaleza y la mujer bajo las lógicas del sistema capitalista. La teoría D’Eaubonne presentaba y plasmaba la interconexión de conceptos que para la sociedad de la época resultaba y guardaba cierto absurdo. El papel de la mujer en la historia ha sido, bajo la teoría de D’Eaubonne, el de actuar como un objeto de apropiación. Esta requisa, además, se hace con la propia anatomía de la mujer siendo esta entendida como un mero ente de procreación y fecundación. Es justo aquí donde podemos hallar el primer símil con la dominación de la naturaleza. Tanto a la naturaleza entendida en toda su diversidad como la mujer es despojada de vida y convertida en un recurso para el engranaje depredador capitalista y del consumo.

El ecofeminismo como muchos otros movimientos tomó sendas diferentes que es importante saber diferenciar. Por un lado nos encontramos con el ecofeminismo materialista que crítica la dicotomía jerárquica que subyuga y superpone; y habla de la interdependencia de los seres y de una libertad necesaria aunque para alcanzarla hemos de tejer redes de apoyo mutuo mediante la cooperación. Por otra parte, hallamos una corriente menos pragmática, el ecofeminismo espiritual que habla de una fuerza vital de las mujeres que las vincula entre sí y se centra más en el papel de esta en la naturaleza desde un plano religioso. Sin embargo, existe una rama del ecofeminismo que hasta ahora no hemos tratado; el ecofeminismo crítico cuyo uno de sus máximos exponentes es la reconocida profesora y pensadora argentina Alicia Puleo. Uno de los pilares del ecofeminismo es el rechazo a la Modernidad como un periodo complejo en el que las relaciones entre humanos y seres vivos cambian, así como su naturaleza constructivista. Nuevas lógicas más empáticas con la vida animal y vegetal han provocado que se replanten las formas de consumo y nuestra responsabilidad con la vida circundante; más concretamente esta nueva vertiente analiza el papel de la mujer y la naturaleza, ambas subyugadas a la opresión del sistema patriarcal y capitalista.

La mirada de resistencia de las abrazadoras y de Wangari

La teoría de las corrientes es el bastón en el que se apoya la acción. En este caso, la corriente ecofeminista se vuelve tangible en la historia de muchas mujeres que sin saberlo creaban con su ejemplo las bases del movimiento; mujeres que supieron mantener el equilibrio frágil de la ecodependecia. Las abrazadoras Chipko en la India es justamente el relato de un grupo mujeres procedentes de un entorno rural más concretamente de las laderas del Himalaya que en el año 1973 se opusieron a la deforestación masiva de los árboles nativos y sagrados Khjri de la región de Garhwal. Estas mujeres cuidadoras y cultivadoras de la tierra entendieron con rapidez que la acción perjudicial de los madereros causaba la inundación y la erosión de los suelos, creando de esta forma un monocultivo de pinos y acabando con la identidad de los nativos. La forma de protesta de estas mujeres procedentes esencialmente de dos comunidades, la Bishnoi y la Rajasthan, no fue otra que la de abrazar (chipko, acción de abrazar en hindi) a los árboles que habían permanecido allí durante décadas. La experiencia de estas mujeres no sólo supuso su liberación sino que dotó de voz a todas aquellas que sufrían la opresión patriarcal y colonizadora. La naturaleza una vez más víctima de la explotación del capital y las mujeres defensoras de la vida.

No son pocos los ejemplos que encontramos alrededor del globo de mujeres que en silencio se han constituido como defensoras del origen y la tierra. Labradoras de caminos sinuosos con el objetivo claro de proteger lo que somos. Uno de los primeros nombres que aparece en mi subconsciente cuando la palabra ecofeminismo es pronunciada es el caso cuanto menos sorprendente de Wangari Maathai. Su historia está repleta de convencimiento en la causa ecologista. Wangari Maathai (1940-2011) keniana de origen fue la primera mujer en doctorarse en todo el África Occidental. Lo hizo en la Universidad de Múnich tras haberse licenciado en ciencias biológicas por la Universidad de Pittsburg. Wangari siempre creyó que uno de los problemas que acechaban a África como continente era y es la degradación ambiental que ya empezaba a sufrir en la década de los 60. Por este motivo ideó un plan, un sumidero de contaminación; lo que ahora conocemos con el nombre de Cinturón Verde con la colaboración del Consejo General de Mujeres de Kenia. La reforestación de Kenia fue un sueño ambicioso y a la vez palpable en la realidad; la plantación de más de 50 millones de árboles provocó que Wangari fuese rebautizada como la Mujer Árbol. Construyó un muro sin cemento, un muro constituido por troncos y hojas de más de 7000 kilómetros de longitud y 15 metros de ancho entre el océano Atlántico y el mar Rojo, entre Senegal y Yibuti; un cinturón capaz de detener el avance del desierto que actualmente absorbe 1,5 millones de hectáreas cada año. Wangari luchó hasta su muerte, en septiembre de 2011 contra la deforestación y la desertificación y abrió la senda que hoy caminamos muchas bajo el lema de no hay justicia climática sin justicia social. Wangari no es olvido, como ella cientos de defensoras de la tierra que continúan plantando semillas en sus localidades con el fin de algún día llegar a la raíz del problema bajo el inmovilismo político y social que nos aturde. Me quedo con la cita pronunciada por Wangari y que creo esencial mantener en momentos como de los que somos testigos y coetáneos; el mundo necesita una ética global con valores que den sentido a la experiencia de vivir.

Urdir redes de cuidados en tiempos de COVID

Los barrios de toda España, especialmente de aquellos más humildes; se volcaron durante la pandemia en ofrecer a los más vulnerables todo aquello que se volvía de extrema necesidad en tiempos de crisis. Las mujeres siempre estuvimos al frente de la cadena de cuidados, una labor olvidada por muchos y despreciada por otros. Existe un pensamiento universalizado que trata de naturalizar la división social del trabajo; como si nosotras poseyeramos un cierto instinto natural que nos permitiría cuidar con más facilidad y de manera innata. La lucha por acabar con la mitificación de la mujer como ser casi místico; es ardua, pero aún lo es más el intento de dignificar la labor de la atención. Partamos de la base de que nuestra mirada, hasta hace tan solo unas décadas y aún a día de hoy, es antropocentrista; es decir solo lo que hace el ser humano posee valor y androcentrista, visión patriarcal del mundo. Esta realidad sería la explicación de la crisis sociológica global. Desde esa premisa podemos empezar a construir nuevas esferas que revaloricen el cuidado y sitúe en otro plano el ámbito de lo reproductivo.

No solo debemos quedarnos en el plano más familiar y cercano sino que esto debe ser parte también del engranaje social. Desde la economía, pasando por el sistema sanitario hasta llegar a la educación. Alejarnos de la falsa independencia, acercarnos más a la realidad eco dependiente de la que formamos parte. ¿Qué podemos esperar de un mundo en el que el 20% de la población consume y sobreexplota el 80% de los recursos naturales? Esa pobreza alimentaria, energética y tecnológica tiene además rostro de mujer, un 70% de personas que viven bajo riesgo de pobreza extrema son mujeres y niñas. La crisis es multidimensional y sistémica.

Urge autolimitar nuestro impacto en la biosfera con el fin de conservar los ecosistemas así como las especies que habitan en él. Urge dotar de voz a los pueblos del sur que continúan bajo la presión neocolonizadora de Occidente. Urge poner fin a la clasificación de las actividades humanas como productivas y reproductivas y cesar con la sexualización del cuerpo femenino así como la feminización de la naturaleza. Urge fomentar la corresponsabilidad poniendo los cuidados en el centro de la organización social y asumirlos de forma colectiva. Urge crear redes de apoyo mutuo por y para la conservación de la naturaleza circundante y frenar el inmovilismo social y político y la resignación a la idea de que otro mundo más justo ecológica y socialmente hablando es posible. Urge al fin y al cabo, cambiar.

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