11 de Septiembre de 2024: La Diada a Fracasado
El 11 de septiembre de 2024 pasará a la historia como el día en que el castillo de naipes del independentismo catalán se derrumbó estrepitosamente. La otra imponente manifestación de la Diada, que solía inundar las calles de Barcelona con un mar de esteladas, se ha convertido en poco más que una reunión de nostálgicos del «procés».
El funeral del separatismo
La Assemblea Nacional Catalana (ANC), antaño orgullosa organizadora de movilizaciones masivas, se ha negado este año a proporcionar cifras de asistencia. No es de extrañar: ¿quién querría anunciar su propia irrelevancia? Las 73.000 almas desperdigadas por toda Cataluña —apenas 60.000 en Barcelona— son la prueba irrefutable de que el sueño separatista ha muerto.
De la euforia al patetismo
Recordemos: hubo un tiempo en que más de un millón de personas marchaban por la independencia. Hoy, esa cifra se ha reducido a menos del 10%. Es un descenso tan dramático que resulta casi cómico. Casi.
El «retorno» de Carles Puigdemont, ese autoproclamado mesías del independentismo, fue otro ejercicio de patetismo. Su intento de sabotear la investidura de Salvador Illa convocando a las masas resultó en un mitin al que acudieron menos personas que a un concierto de bar. 3.500 almas perdidas, eso es todo lo que queda del otrora poderoso movimiento.
La realidad se impone
No fue el artículo 155, ni «el Estado español», ni ningún otro enemigo imaginario quien derrotó al «procés». Fue la propia sociedad catalana, harta de ser rehén de los delirios grandeza de una élite reaccionaria. Los Puigdemont y los Torra, esa derecha catalana de toda la vida, han sido finalmente desenmascarados.
El apoyo a la independencia está en mínimos históricos, y donde más ha caído es entre los jóvenes. La nueva generación catalana tiene preocupaciones reales: alquileres abusivos, precios por las nubes, un futuro incierto. No tienen tiempo para fantasías separatistas.
Los últimos dinosaurios
Todavía quedan algunos, como Lluis Llach, atrapados en una realidad paralela. Es triste ver a alguien que fue un símbolo de la lucha por la libertad convertido en compañero de viaje de la derecha y la ultraderecha catalana. Llamar «fascista» a Illa mientras se apoya a la xenófoba Aliança Catalana es el colmo de la hipocresía.