Rebeldes de la Historia: Turbantes Amarillos

En los anteriores episodios hemos centrado nuestra atención en el mundo occidental, concretamente en Roma. Es lógico, pues gran parte de nuestras actuales estructuras sociales, como el derecho, provienen de esta época. Sin embargo, la civilización romana no fue universal. Y para finales del siglo II D.C. ni siquiera es la más grande. Este puesto corresponde a la China de la dinastía Han. Y en ella también se da la lucha de clases.

Tras cuatro siglos de existencia, los Han se enfrentan a una sociedad devastada por la corrupción y las luchas entre facciones. En la corte y las ciudades nos encontramos dos grupos en conflicto: los eunucos y la burocracia confuciana. Los primeros son aquellos hombres castrados, por la fuerza o voluntariamente como forma de ascenso social, que conforman la clientela de los grandes señores, especialmente del emperador. Al no poder llevar a cabo una acumulación de bienes y títulos a través de la herencia dada su incapacidad para tener hijos o nombrar herederos, son considerados los servidores más fiables, y por ello se les otorgan puestos de la máxima importancia, pues nunca podrán crear su propia dinastía, estando vinculados de por vida a su señor. Sin embargo, este mismo poder otorgado y su funcionamiento como grupo cerrado de poder conllevan que muchas veces el patrón termine siendo una marioneta en manos de sus poderosos eunucos.

Por otro lado, los burócratas confucianos basan su poder en el monopolio del conocimiento, realizando una suerte de meritocracia a través de la demostración de conocimientos, sobre todo de textos confucianos, que en el 606 se transformará en un complicadísimo sistema de exámenes. En el confucianismo toda la sociedad es explicada como una pirámide, con el emperador en la cúspide y los campesinos en la base y dentro de ella la función de la burocracia es conseguir que todo funcione correctamente, es decir, manteniendo el statu quo. Sin embargo, esta posición no es hereditaria, sino que se consigue a través del estudio y la introspección. De esta forma se crea la ilusión de una sociedad con posibilidad de ascenso social, pero en la práctica solo aquellos con el tiempo y los recursos necesarios para dedicarse en exclusiva al estudio, ya bien sea por herencia o por patronato, logran ascender en la pirámide social.

En la segunda mitad del siglo II d.c. estos dos grupos aprovechan la sucesión de dos emperadores niño, Huan y Ling, para acumular puestos y riquezas como gobernadores y magistrados. La competitividad entre ambos grupos lleva a un progresivo abandono de las funciones de gobierno de las provincias a manos de los terratenientes locales, que pronto se alzan en señoríos de facto independientes. Así que pronto sobre cae sobre los campesinos chinos la rapacidad de estas tres clases explotadoras en una carrera por acumular la mayor cantidad de riquezas y privilegios posibles, con nuevos impuestos, subida de los ya existentes y trabajos forzados para la construcción de fuertes para los nuevos poderes locales y la protección de las rutas comerciales, principalmente la ruta de la seda. Finalmente, en la década del 170 d.c. unas desastrosas inundaciones devastan el valle del rio amarillo, provocando hambrunas y forzando a muchos campesinos a huir hacia el sur, donde son empleados como jornaleros por los terratenientes, quienes consiguen de esa forma aumentar enormemente su riqueza y poder en poco tiempo, consolidando su posición de señores independientes.

Ante esta situación diversos grupos, principalmente taoístas, proclaman que el emperador ha perdido el mandato del cielo. En resumen, lo denunciaban como un gobernador despótico y, por tanto, como legitima cualquier acción en su contra a fin de restaurar la harmonía. En concreto un grupo liderado por Zhang Jue, médico o curandero local, que se denominaba “Camino a la Paz” o “Camino al cielo” obtiene gran renombre por sus característicos pañuelos amarillos y su lema “el cielo azul ha perecido, el cielo amarillo se alzará pronto ¡que en este año de Jiazi haya prosperidad en el mundo” Pronto sus enemigos los conocerán como los turbantes amarillos.

Tras un fallido intento de golpe de estado en el 184, la rebelión se extiende por todo el norte de China. Los turbantes amarillos proclaman la igualdad de derechos y la distribución equitativa de las tierras, mientras que sus actividades se centran en la creación de un sentido de comunidad a través de actividades colectivas en las que todos los miembros deben participar en igualdad, tales como ayunos, trances y relación de anécdotas de carácter religioso. Se ganan así no solo el apoyo de los campesinos, soldados y pequeños propietarios, sino también de otros sectores más desfavorecidos, como las mujeres y los extranjeros, que de esta forma pueden integrarse en igualdad de condiciones al resto de la sociedad.

Asustados ante el alcance de la rebelión, burócratas y eunucos llegan a una tregua, construyendo fortificaciones con las que defender la capital imperial de Luoyang y autorizando a los gobernadores locales para que creen sus propios ejércitos privados con los que combatir la rebelión, así como llamando en su ayuda a los terratenientes del sur. Los principales lideres y todo sentido de cohesión se pierden apenas un año después de iniciada la rebelión, en gran medida debido al mesianismo de sus integrantes, algunos de los cuales entraban en combate sin portar arma alguna, seguros de contar con el apoyo divino y popular de su parte. Sin embargo, diversos focos y nuevos brotes se irán manteniendo hasta el año 205 d.c.

Había sido necesaria la unión de todas las clases privilegiadas para poner fin a la rebelión, y además la propia dinastía Han y la unidad de China fueron sacrificadas en el proceso. Con el ascenso de los terratenientes y gobernadores, China entró en un período de señores de la Guerra conocido como “Era de los tres reinos”. China quedará dividida en reinos rivales hasta el 581, con la proclamación de la dinastía Sui. Al mismo tiempo, la represión a los campesinos y la devastación provocada por la misma llevan a muchos a huir del campo y dedicarse al bandolerismo.

En conjunto, lo rebelión de los turbantes amarillos tiene varias lecturas. Por un lado, nos muestra cómo, al igual que en Roma, todas las rebeliones populares son conscientes de la importancia de quién controla los medios de producción, en concreto la tierra en estos casos, como modo de instaurar uno u otro tipo de sociedad. Asimismo, nos muestra como ante un descontento generalizado, es necesario la unión de absolutamente todas las clases dirigentes para poder someterlas, y como esto se consigue solo a cambio de la destrucción de la propia sociedad.

Al mismo tiempo, los turbantes amarillos también muestran los grandes errores de estos movimientos. En primer lugar, su idealismo. La creencia en una victoria asegurada, sin necesidad de armas o tácticas militares, los llevó a una derrota segura pese a su evidente poder de convocatoria. Además, sus principios filosóficos se basaban en una restauración del orden, es decir en la proclamación de una nueva dinastía. Esto habría supuesto la instauración de cierto “despotismo ilustrado”, pero no habría acabado con todo el sistema de clases y relaciones sociales que en un primer momento había provocado la revuelta.

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