La supuesta “modernización” de la Formación Profesional (FP) está demostrando no ser nada más que una nueva ruta hacia la precariedad.

La supuesta “modernización” de la Formación Profesional (FP) está demostrando no ser nada más que una nueva ruta hacia la precariedad. En lugar de abrir oportunidades, el giro hacia la gestión privada y la lógica del mercado está hundiendo a toda una generación en la incertidumbre.

La FP, destinada a formar de forma digna y profesional para el mundo laboral, está siendo desplazada hacia lo que muchos llaman una educación de segunda. Por un lado, se cuestiona y menosprecia su valor en comparación con la universidad. Por otro, se le recortan recursos, profesorado estable e infraestructuras dignas.
El resultado: jóvenes con talento ven cómo su formación se degrada, cómo quienes provienen de entornos populares tienen menos reconocimiento y peores condiciones desde el primer día.

La privatización al servicio del lucro

El problema no es solo simbólico: detrás está el intento sistemático de convertir la FP en un engranaje para la extracción de mano de obra barata y rápida. El protagonismo de la empresa privada, fondos de inversión y grupos económicos carentes de compromiso con la formación es cada vez más claro.
En este contexto, las horas de prácticas y la “colaboración empresa-centro” se transforman en una trampa: trabajo no regulado disfrazado de aprendizaje. Condiciones injustas, sin garantía de progresión ni formación real. Un modelo que apuesta por el beneficio empresarial antes que por los jóvenes.

¿Y cuál es la alternativa?

Frente al desmantelamiento sistemático de la FP pública, se plantea una línea de acción que merece ser conocida y apoyada:

  • FP pública y de calidad: Centros bien dotados, profesorado estable, recursos suficientes. Igual reconocimiento que la universidad, sin jerarquías.
  • Formación que impulse lo personal, lo profesional y lo colectivo: Que las prácticas en empresa no sean explotación camuflada. Salarios dignos, vínculos claros entre aprendizaje y trabajo real.
  • Democratización de la FP: Que las y los estudiantes participen en la definición real de sus ciclos, contenidos y relaciones laborales. Que no sea solo “lo que la empresa quiere”.

¿Por qué nos debería indignar?

Porque es una cuestión de justicia social. Cuando un modelo educativo tan clave como la FP se convierte en una pieza más del engranaje capitalista, los jóvenes —especialmente los de entornos más vulnerables— quedan atrapados en un sistema que les vende “oportunidades” mientras les entrega precariedad.
Porque se está quebrando el derecho a formarse dignamente, a llegar a un trabajo que tenga sentido y a construir un futuro propio, no ser fichado por la empresa como parte del “módulo de prácticas”.
Porque permitir que la FP se privatice es permitir que la educación pase a ser mercancía, y con ella el futuro de una generación entera.

El momento exige tomar partido: no basta con quejarnos. Es necesario exigir una FP pública, digna, justa, libre del control del lucro. Una formación que empodere, que prepare, que transforme.

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